(17 DE NOVIEMBRE, 2021) Por Violeta Vázquez Rojas.
El ideario de la llamada Cuarta Transformación está poblado de conceptos cuyos nombres no son gratuitos, ni están seleccionados al azar. Uno de ellos es el de austeridad republicana. Recién vimos a un funcionario ejemplar presentar su renuncia a la administración federal porque no supo entender –o sí supo entender, pero no quiso obedecer– el imperativo que instituye este término.
Ya llovió tinta sobre el escándalo de la boda de Santiago Nieto, y vimos circular desde las explicaciones más rebuscadas –que si el fiscal Gertz, enemistado con Nieto, le tendió una trampa; que si Nieto ya tenía ganas de renunciar y no sabía cómo; que si el presidente está cada vez más ensoberbecido y radicalizado– hasta las más simples, como que se le aceptó la renuncia al funcionario porque, a pesar de ser una persona honesta, no supo ajustar sus asuntos privados a la exigencia de vivir en la medianía y, la ostentación, que no quiere decir otra cosa que exhibición de vanidades, terminó haciéndolos públicos.
La salida de Santiago Nieto fue desconcertante para muchos, quienes lo consideraban un servidor público eficiente y conocedor de su oficio, y que por alguna razón pensaron que esas cualidades podrían excusarlo de cumplir con un código ético que tiene como uno de sus ejes el concepto de austeridad republicana. Aunque por ahora el escándalo es agua pasada, no es el primero y seguramente no será el último que veremos en los tres años que le quedan a este gobierno.
Al inicio del sexenio, cuando se empezaron a ver los primeros efectos del reacomodo administrativo, circuló –y mal empleada– la palabra austericidio, una composición supuestamente ingeniosa, pero gramaticalmente deficiente, de las palabras austeridad y suicidio. La palabra buscaba evocar la idea de que el gobierno, al ejercer una política de austeridad, se aniquilaba a sí mismo, pues sus recortes excesivos lo limitaban para cumplir con sus funciones. (Ya varios columnistas señalaron que ese uso del término es ilógico, pues las palabras derivadas con –cidio suponen el asesinato de lo que designa la raíz que le precede, así que del mismo modo que un homicidio es el asesinato de una persona, el austericidio es el asesinato de la austeridad, y no el asesinato de otra cosa con la austeridad como instrumento).
En esas críticas se consideraba que la austeridad implementada por la 4T era la misma que se dictaba como medida de “salud financiera” cuando el déficit del gobierno superaba su capacidad de recaudación. Las medidas de austeridad en los sexenios anteriores consistían en diferentes combinaciones de recortes al gasto social y de incremento de impuestos, muchas veces dictadas desde fuera del gobierno. Recuérdese, por ejemplo, el aumento “temporal” al IVA, del 10% al 15% que se aprobó como parte del programa para paliar la crisis económica de 1995. Desde antes de los regímenes neoliberales, y también durante éstos, los mexicanos hemos resentido diversas modalidades de políticas de austeridad, que hacen resonar en lo más sórdido de nuestros recuerdos aquella frase de “apretarse el cinturón”, que se refería siempre al cinturón de la gente común y nunca al de la élite gobernante.
En el término “austeridad republicana” importa el concepto de austeridad pero, sobre todo, importa el adjetivo “republicana”. No se trata de una medida paliativa ante una crisis, ni de un ajuste macroeconómico dictado por los acreedores. La “austeridad republicana” es un término más ético que económico. Lo republicano de esta austeridad consiste en que los miembros del grupo gobernante, los administradores de los bienes públicos, sean en los hechos y en su modo de vida indistinguibles de los gobernados. El espíritu republicano se opone al afán oligárquico, en el que una minoría privilegiada y cada vez más rica gobierna sobre las mayorías empobrecidas. La austeridad republicana consiste, pues, no en un recorte terco e indiscriminado del gasto social –que por cierto, en este sexenio no ha hecho más que incrementarse– sino en el recorte de los gastos de la alta burocracia y en una redistribución del dinero público de modo que ya no se concentra en mantener el estilo de vida estrambótico de las élites, sino que se prefiere distribuirlo en transferencias directas entre las bases populares.
Ante este imperativo ético, da lo mismo si el dinero con el que un servidor público se financia una fiesta es propio y bien habido. En este estándar moral se considera igual de grave el “charolazo”, el tráfico de influencias, el tratar de detener un avión comercial aduciendo que se es integrante del gabinete, que el organizar una boda supuestamente discreta pero rodeado de personas acostumbradas al dispendio y el escándalo. La austeridad republicana es una guía de comportamiento que no perdona a los funcionarios que insisten, por ignorancia o por costumbre, en actuar como las élites de administraciones pasadas en un momento en el que la res pública está en manos de una sociedad de iguales.
Violeta Vázquez Rojas Maldonado es Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York. Profesora-investigadora en El Colegio de México. Se dedica al estudio del significado. Ha publicado investigaciones sobre la semántica del purépecha y del español y textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje y política.